
Recuerdo aquella primera vez que apliqué discreción a un caso de puterío, hace un año para ser exacto. Todo el bardo era por algo insignificante y, sin embargo, todos se habían enojado hasta el límite Hulk. Cuando la cadena de culpas llegó hasta mí, la lógica dictaminó que los dedos señaladores morían con mi temple. ¿Por qué no? Tenía el pensamiento en tercera persona, observando la situación, ¿por qué no iba a actuar con sensatez?
Hoy sucede lo mismo, llego a mi casa que estallo y no sólo por el reciente conflicto laboral, sino porque el cuerpo acumula y no experiencias muertas: podría decirse que son energías negativas, bien candentes y ganadoras del concurso de los inventores de la boludez o del premio gordo de la navidad en pleno junio (es decir, de los desubicados que no saben canalizar sus propios mambos y los tiran al primero que se cruza delante de ellos, aslkfaksdfiouqiojflkdsjflknblakjdfkljsdjlfkf, eso).
El problema es que ya lo dije en blog y eso, me vuelve un sujeto desleal a la voluntad gabrieliana.
Bueno, al menos lo desarmé un poquito y, si bien la lógica me tiene con correa, no elige ponerme bozal.
Se viene la trilogía.
G
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